El valor de la diáspora italiana: una riqueza cultural, económica y estratégica para el presente y el futuro de Italia

Introducción Italia posee una de las diásporas más numerosas y activas del mundo. Se estima que más de 80 millones de personas en todo el planeta tienen al menos un ancestro italiano, y más de 6 millones están registradas como ciudadanos italianos residentes en el extranjero. Esta dimensión no es solo demográfica o simbólica: constituye un activo estratégico, económico y […]

Introducción

Italia posee una de las diásporas más numerosas y activas del mundo. Se estima que más de 80 millones de personas en todo el planeta tienen al menos un ancestro italiano, y más de 6 millones están registradas como ciudadanos italianos residentes en el extranjero. Esta dimensión no es solo demográfica o simbólica: constituye un activo estratégico, económico y cultural que debe ser protegido y promovido.

Desde la perspectiva constitucional, histórica y jurídica, la diáspora italiana no es periférica, sino parte integral del popolo italiano. Su rol en la economía, en la difusión de la identidad italiana y en la proyección global del país es significativo, cuantificable y creciente. Este artículo se propone destacar el valor real y tangible de esa comunidad global, en el presente y hacia el futuro.


Ciudadanía más allá del territorio: fundamento jurídico y sentido comunitario

La ciudadanía italiana no se define solo por la residencia, sino también por la pertenencia. El ius sanguinis, consagrado en la Ley N.º 91 de 1992, establece que la ciudadanía se transmite automáticamente por línea de sangre, sin límite generacional. Este principio ha sido históricamente la forma jurídica de reconocer el vínculo ininterrumpido entre Italia y su diáspora.

La Constitución italiana respalda esta visión: el artículo 1 establece que la soberanía reside en el pueblo; el artículo 2 protege los derechos inviolables del hombre, tanto individualmente como en las formaciones sociales donde desarrolla su personalidad; y el artículo 35 reconoce el trabajo de los italianos en el extranjero. La ciudadanía, por tanto, es más que un estatus jurídico: es una forma de participación, de continuidad identitaria y de presencia global del pueblo italiano.


Impacto económico directo: turismo, retorno e inversión

La diáspora italiana no es solo memoria: es una fuerza económica activa. En 2023, el llamado turismo delle radici generó ingresos superiores a los 900 millones de euros para Italia, siendo el 15% de los ingresos totales de italia, y posee un potencial de 141 millares de euros en total para italia, a través de viajes de ítalo-descendientes que visitan los pueblos de sus antepasados, muchas veces en zonas rurales o del sur del país que no forman parte de los circuitos turísticos tradicionales. Estas visitas no son meramente simbólicas: impulsan el comercio local, la hostelería, la restauración, los servicios de transporte y la recuperación del patrimonio.

A ello se suma un fenómeno creciente: miles de ítalo-descendientes optan por regresar o instalarse en Italia una vez obtenida su ciudadanía. Se trata, en general, de personas jóvenes, con formación académica o profesional, que llegan con capacidad de consumo, ideas, emprendimientos y disposición a contribuir a la sociedad italiana. Su impacto demográfico es doblemente positivo: mitigan el envejecimiento poblacional y revitalizan pequeñas comunidades.

Además, a través de remesas, inversiones inmobiliarias y vínculos productivos, la diáspora italiana contribuye a la economía nacional desde el exterior. No es menor el hecho de que muchos ciudadanos italianos en el extranjero adquieran propiedades en Italia, inicien negocios relacionados con el turismo, la gastronomía o la exportación de productos italianos, y mantengan un consumo afectivo de bienes italianos (ropa, vino, aceite, arte, diseño, etc.). Esta “demanda sentimental” es un motor de exportación que se sostiene en la identidad cultural, más que en la competencia de precios.

Recaudación por procesos de ciudadanía y contribución jurídica

La ciudadanía italiana iure sanguinis no solo tiene un valor simbólico y cultural: representa también una fuente de ingreso fiscal y judicial para el Estado italiano. A través de los procesos judiciales iniciados por descendientes de italianos en tribunales civiles del país, se estima que Italia recauda más de 1 millón de euros por año solo en tasas judiciales (contributo unificato, gastos registrales y administrativos). A esto se suman los ingresos indirectos por servicios documentales, certificaciones, traducciones juradas y legalizaciones, tanto en territorio italiano como en el extranjero.

Lejos de representar una carga, este sistema produce un flujo económico constante y previsible, además de sostener una red profesional (abogados, genealogistas, traductores, operadores judiciales) que se especializa en garantizar que los procesos se desarrollen conforme a derecho. Cada expediente es una inversión en legalidad, en reconstrucción documental y en fortalecimiento del vínculo jurídico entre Italia y sus ciudadanos más allá de sus fronteras.

En la práctica, la ciudadanía iure sanguinis se ha convertido en una vía de reactivación institucional, que moviliza recursos, demanda eficiencia administrativa y posiciona a Italia como un país que reconoce y honra a sus descendientes, aún en generaciones lejanas.


Cultura, lengua e italianidad proyectada

La diáspora italiana es, además, un vehículo de expansión cultural. A través de ella, la lengua italiana se mantiene viva en miles de hogares, clubes, publicaciones, redes sociales, gastronomía y expresiones artísticas. El italiano, aunque no siempre sea la lengua materna de las nuevas generaciones, se vive y se transmite como patrimonio emocional, estético y familiar.

Las celebraciones, las fiestas patronales, los rituales y las costumbres heredadas construyen una identidad que, si bien diversa, mantiene un hilo conductor con la tradición italiana. Esta continuidad cultural no ha sido impuesta por el Estado, sino sostenida por los propios descendientes, que la actualizan y resignifican a través de sus propias realidades nacionales.

Desde esta perspectiva, la italianidad no es uniforme, pero sí reconocible: es una pertenencia transnacional, que cruza generaciones y fronteras. Italia, como nación, no pierde nada al expandirse culturalmente; al contrario, gana en presencia, influencia y capital simbólico.


Conclusión

La diáspora italiana no es un apéndice ni una nostalgia: es una parte viva del pueblo italiano. Su valor es múltiple: económico, cultural, jurídico, demográfico, identitario. Negarlo sería amputar a la República de uno de sus componentes esenciales. Reconocerlo, en cambio, es fortalecer su proyección internacional, su cohesión interna y su legitimidad democrática.

Como abogada especializada en derecho constitucional italiano, afirmo que la ciudadanía italiana por descendencia no es un privilegio ni una concesión arbitraria, sino el reconocimiento de un lazo jurídico y cultural legítimo. Reformar la ley sin contemplar este valor sería un error estratégico, jurídico e histórico.

La diáspora italiana no representa el pasado de Italia. Representa una extensión legítima de su presente y una clave para su futuro.

Antes de ser abogada, estuve en tu lugar. Obtuve mi ciudadanía italiana, y fue ahí que me enamoré del derecho internacional, más precisamente del Derecho constitucional italiano.

Ni bien me recibí cómo abogada en la UNLP, viajé a Bologna, Italia, a realizar un Magíster en diritti constituzionale e diritti-umani. En simultáneo, a día de hoy, junto a mi equipo profesional, ayudé a más de 10.000 personas a obtener su doble nacionalidad. La empresa se encuentra en constante crecimiento, tanto de infraestructura, cómo de equipo y siempre en la vanguardia tecnológica, garantizando al 100% los procesos de nuestros clientes.

A día de hoy me encuentro terminando mi tesis, pero sin abandonar ni un segundo lo que me hace felíz y me motiva cada día, abrirle las puertas al mundo a miles de personas.

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